12 Sep
PERÍODO 4.(SEMANA 31 Y 32). SEGUNDO CORTE: FILOSOFÍA LATINOAMERICANA.

FILOSOFÍA LATINOAMERICANA


Historia.

El proyecto de elaborar una filosofía propia, anclada en la idiosincrasia y en las realidades latinoamericanas, se desarrolló durante el siglo XX en tres vertientes diferentes: 1) la vertiente ontológica, también llamada "americanismo filosófico", que reflexiona sobre la identidad nacional o continental; 2) la vertiente historicista, que busca una comprensión filosófica de la historia de América Latina y la formulación de una historia de las ideas en el continente; 3) la vertiente liberacionista, más conocida como "filosofía de la liberación", que reflexiona sobre las condiciones para la emancipación política, económica y cultural de los pueblos latinoamericanos.



La Vertiente Ontológica:

El nacimiento de la primera vertiente, también llamada “americanismo filosófico”, puede rastrearse hasta las primeras décadas del siglo XX en México, como fruto del ambiente nacionalista que había generado la revolución mexicana. La revolución de 1910, con su carácter nacionalista, antiimperialista y antioligárquico, promovió en México una reflexión sobre el “ser” del hombre mexicano y latinoamericano, que se tradujo en una serie de ensayos literarios con pretensiones filosóficas, como por ejemplo La raza cósmica. Misión de la raza Iberoamericana (1925) e Indología: una interpretación de la cultura iberoamericana (1926), ambos escritos por José Vasconcelos Calderón. Pero es en el libro de Samuel Ramos El perfil del hombre y la cultura en México (1934) donde puede apreciarse una primera configuración del proyecto de una filosofía sobre lo mexicano.También es importante la creación del Grupo Hiperión, conformado por filósofos como Emilio Uranga, Jorge Portilla, Luis Villoro y Joaquín Sánchez McGregor. De este grupo se destaca la obra de Uranga Análisis del ser mexicano (1952).


La Vertiente Historicista:

Esta segunda ramificación se origina también en México y es impulsada inicialmente por la influencia del filósofo español José Ortega y Gasset a través de su discípulo José Gaos, quien llega a México a finales de los años treinta como refugiado a causa de la guerra civil española. Adoptando las tesis historicistas de su maestro, Gaos delinea el proyecto de reconstruir la historia de las ideas como base para elaborar unaFilosofía en lengua española, título de su importante libro publicado en 1945. Pero no hay duda de que la gran figura del historicismo latinoamericano es Leopoldo Zea, discípulo directo de Gaos, quien propone y desarrolla una reflexión sistemática sobre la historia de las ideas en el continente como presupuesto indispensable para la generación de un filosofar propio. 


La Vertiente Liberacionista:

Mientras que las dos vertientes anteriores nacen al extremo norte del continente, en México, la filosofía de la liberación nace en el extremo sur, en Argentina. Fue allí donde hacia comienzos de la década del setenta empezó a surgir un movimiento filosófico que recogía las preocupaciones articuladas por otros sectores de la intelectualidad latinoamericana como la sociología de la dependencia y la teología de la liberación. Antecedente importante fue la publicación en 1968 del libro ¿Existe una filosofía de nuestra América? del peruano Augusto Salazar Bondy, en el que se plantea que la autenticidad de la filosofía latinoamericana vendrá como autoconciencia de la situación de alienación y dependencia en la que se halla sumido el continente.


FILÓSOFOS LATINOAMERICANOS


Sor Juana Inés de la Cruz

(Juana Inés de Asbaje y Ramírez; San Miguel de Nepantla, actual México, 1651 - Ciudad de México, id., 1695) Escritora mexicana, la mayor figura de las letras hispanoamericanas del siglo XVII. La influencia del barroco español, visible en su producción lírica y dramática, no llegó a oscurecer la profunda originalidad de su obra. Su espíritu inquieto y su afán de saber la llevaron a enfrentarse con los convencionalismos de su tiempo, que no veía con buenos ojos que una mujer manifestara curiosidad intelectual e independencia de pensamiento.

Biografía

Niña prodigio, aprendió a leer y escribir a los tres años, y a los ocho escribió su primera loa. En 1659 se trasladó con su familia a la capital mexicana. Admirada por su talento y precocidad, a los catorce fue dama de honor de Leonor Carreto, esposa del virrey Antonio Sebastián de Toledo. Apadrinada por los marqueses de Mancera, brilló en la corte virreinal de Nueva España por su erudición, su viva inteligencia y su habilidad versificadora.

Pese a la fama de que gozaba, en 1667 ingresó en un convento de las carmelitas descalzas de México y permaneció en él cuatro meses, al cabo de los cuales lo abandonó por problemas de salud. Dos años más tarde entró en un convento de la Orden de San Jerónimo, esta vez definitivamente. Dada su escasa vocación religiosa, parece que Sor Juana Inés de la Cruz prefirió el convento al matrimonio para seguir gozando de sus aficiones intelectuales: «Vivir sola... no tener ocupación alguna obligatoria que embarazarse la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros», escribió.

Su celda se convirtió en punto de reunión de poetas e intelectuales, como Carlos de Sigüenza y Góngora, pariente y admirador del poeta cordobés Luis de Góngora (cuya obra introdujo en el virreinato), y también del nuevo virrey, Tomás Antonio de la Cerda, marqués de la Laguna, y de su esposa, Luisa Manrique de Lara, condesa de Paredes, con quien le unió una profunda amistad. En su celda también llevó a cabo experimentos científicos, reunió una nutrida biblioteca, compuso obras musicales y escribió una extensa obra que abarcó diferentes géneros, desde la poesía y el teatro (en los que se aprecia, respectivamente, la influencia de Luis de Góngora y Calderón de la Barca), hasta opúsculos filosóficos y estudios musicales.

Perdida gran parte de esta obra, entre los escritos en prosa que se han conservado cabe señalar la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. El obispo de Puebla, Manuel Fernández de la Cruz, había publicado en 1690 una obra de Sor Juana Inés, la Carta athenagórica, en la que la religiosa hacía una dura crítica al «sermón del Mandato» del jesuita portugués António Vieira sobre las «finezas de Cristo». Pero el obispo había añadido a la obra una «Carta de Sor Filotea de la Cruz», es decir, un texto escrito por él mismo bajo ese pseudónimo en el que, aun reconociendo el talento de Sor Juana Inés, le recomendaba que se dedicara a la vida monástica, más acorde con su condición de monja y mujer, antes que a la reflexión teológica, ejercicio reservado a los hombres.

En la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (es decir, al obispo de Puebla), Sor Juana Inés de la Cruz da cuenta de su vida y reivindica el derecho de las mujeres al aprendizaje, pues el conocimiento «no sólo les es lícito, sino muy provechoso». La Respuesta es además una bella muestra de su prosa y contiene abundantes datos biográficos, a través de los cuales podemos concretar muchos rasgos psicológicos de la ilustre religiosa. Pero, a pesar de la contundencia de su réplica, la crítica del obispo de Puebla la afectó profundamente; tanto que, poco después, Sor Juana Inés de la Cruz vendió su biblioteca y todo cuanto poseía, destinó lo obtenido a beneficencia y se consagró por completo a la vida religiosa.


Firma autógrafa de Sor Juana


Murió mientras ayudaba a sus compañeras enfermas durante la epidemia de cólera que asoló México en el año 1695. La poesía del Barroco alcanzó con ella su momento culminante, y al mismo tiempo introdujo elementos analíticos y reflexivos que anticiparon a los poetas de la Ilustración del siglo XVIII. Sus obras completas se publicaron en España en tres volúmenes: Inundación castálida de la única poetisa, musa décima, Sor Juana Inés de la Cruz (1689), Segundo volumen de las obras de Sor Juana Inés de la Cruz (1692) y Fama y obras póstumas del Fénix de México (1700), con una biografía del jesuita P. Calleja.

La poesía de Sor Juana Inés de la Cruz

Aunque su obra parece inscribirse dentro del culteranismo de inspiración gongorina y en ocasiones en el conceptista de Quevedo, tendencias características del barroco, el ingenio y originalidad de Sor Juana Inés de la Cruz la han colocado por encima de cualquier escuela o corriente particular. Ya desde la infancia demostró gran sensibilidad artística y una infatigable sed de conocimientos que, con el tiempo, la llevaron a emprender una aventura intelectual y artística a través de disciplinas tales como la teología, la filosofía, la astronomía, la pintura, las humanidades y, por supuesto, la literatura, que la convertirían en una de las personalidades más complejas y singulares de las letras hispanoamericanas.

En la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz hallamos numerosas y elocuentes composiciones profanas (redondillas, endechas, liras y sonetos), entre las que destacan las de tema amoroso, como los sonetos que comienzan con "Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba" y "Detente, sombra de mi bien esquivo". En "Rosa divina que en gentil cultura" desarrolla el mismo motivo de dos célebres sonetos de Góngora y de Calderón, no quedando inferior a ninguno de ambos. También abunda en ella aquella temática ascética y mística que desde el renacimiento español había cuajado en obras cimeras como las de Fray Luis de León y San Juan de la Cruz; en este grupo, la fervorosa espiritualidad de Juana se combina con la hondura de su pensamiento, tal como sucede en el caso de "A la asunción", delicada pieza lírica en honor a la Virgen María.

Sor Juana empleó las redondillas para disquisiciones de carácter psicológico o didáctico en las que analiza la naturaleza del amor y sus efectos sobre la belleza femenina, o bien defiende a las mujeres de las acusaciones de los hombres, como en las célebres "Hombres necios que acusáis". Los romances se aplican, con flexibilidad discursiva y finura de notaciones, a temas sentimentales, morales o religiosos (son hermosos por su emoción mística los que cantan el Amor divino y a Jesucristo en el Sacramento). Entre las liras es célebre la que expresa el dolor de una mujer por la muerte de su marido ("A este peñasco duro"), de gran elevación religiosa.

Mención aparte merece Primero sueño, poema en silvas de casi mil versos escritos a la manera de las Soledades de Góngora en el que Sor Juana describe, de forma simbólica, el impulso del conocimiento humano, que rebasa las barreras físicas y temporales para convertirse en un ejercicio de puro y libre goce intelectual. El poema es importante además por figurar entre el reducido grupo de composiciones que escribió por propia iniciativa, sin encargo ni incitación ajena. El trabajo poético de la monja se completa con varios hermosos villancicos que en su época gozaron de mucha popularidad.


El teatro y la prosa

En el terreno de la dramaturgia escribió una comedia de capa y espada de estirpe calderoniana, Los empeños de una casa, que incluye una loa y dos sainetes, entre otras intercalaciones, con predominio absoluto del octosílabo; y el juguete mitológico-galante Amor es más laberinto, pieza más culterana cuyo segundo acto es al parecer obra del licenciado Juan de Guevara. Compuso asimismo tres autos sacramentales: San Hermenegildo, El cetro de San José y El divino Narciso; en este último, el mejor de los tres, se incluyen villancicos de calidad lírica excepcional. Aunque la influencia de Calderón resulta evidente en muchos de estos trabajos (como la de Lope de Vega en su compatriota Juan Ruiz de Alarcón), la claridad y belleza del desarrollo posee un acento muy personal.

La prosa de la autora es menos abundante, pero de pareja brillantez. Esta parte de su obra se encuentra formada por textos devotos como la célebre Carta athenagórica (1690), y sobre todo por la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (1691), escrita para contestar a la exhortación que le había hecho (firmando con ese seudónimo) el obispo de Puebla para que frenara su desarrollo intelectual. Esta última constituye una fuente de primera mano que permite conocer no sólo detalles interesantes sobre su vida, sino que también revela aspectos de su perfil psicológico. En ese texto hay mucha información relacionada con su capacidad intelectual y con lo que el filósofo Ramón Xirau llamó su "excepcionalísima apetencia de saber", aspecto que la llevó a interesarse también por la ciencia, como lo prueba el hecho de que en su celda, junto con sus libros e instrumentos musicales, había también mapas y aparatos científicos.

De menor relevancia resultan otros escritos suyos acerca del Santo Rosario y la Purísima, la Protesta que, rubricada con su sangre, hizo de su fe y amor a Dios y algunos documentos. Pero también en la prosa encuentra ocasión la escritora para adentrarse por las sendas más oscuras e intrincadas, siempre con su brillantez característica, como vemos en su Neptuno Alegórico, redactado con motivo de la llegada del virrey conde de Paredes.

A causa de la reacción neoclásica del siglo XVIII, la lírica de Sor Juana cayó en el olvido, pero, ya mucho antes de la posterior revalorización de la literatura barroca, su obra fue estudiada y ocupó el centro de una atención siempre creciente; entre los estudios modernos, es obligado mencionar el que le dedicó el gran poeta y ensayista mexicano Octavio Paz. La renovada fortuna de sus versos podría adscribirse más al equívoco de la interpretación biográfica de su poesía que a una valoración puramente estética. Ciertamente es desconcertante la figura de esta poetisa que, a pesar de ser hermosa y admirada, sofoca bajo el hábito su alma apasionada y su rica sensibilidad sin haber cumplido los veinte años. Pero la crítica moderna ha deshecho la romántica leyenda de la monja impulsada al claustro por un desengaño amoroso, señalando además como indudable que su silencio final se debió a la presión de las autoridades eclesiásticas.

Sor Juana es conocida como erudita en muchas cosas, había asimilado muchos elementos de la cultura de su época: literatura, música, teología, etc...Pero es poco conocida su relación con la filosofía, sobre todo con la filosofía escolástica. En efecto, tres influencias principales de corrientes filosóficas se han detectado en Sor Juana: la de la filosofía hermética, la de la filosofía moderna y la de la filosofía escolástica. La de la filosofía hermética la recibió a través de Atanasio Kircher; la de la moderna, a través de Descartes, y la de la escolástica a través de Santo Tomás. El conocimiento de las obras de Kircher le vino por el obispo de Puebla, el que adoptó el seudónimo de Sor Filotea de la Cruz, Manuel Fernández de Santa Cruz, quien era amigo de Alejandro Fabián, corresponsal del jesuita austríaco y que poseía varios de sus libros y los hacía circular entre algunos novohispanos connotados. También quizá por Sigüenza y Góngora, que cita a Kircher y a Schott en su Libra astronómica y filosófica. El conocimiento de Descartes no se sabe bien a bien si fue directo o a través de expositores; en todo caso pudo ser por libros que le habría prestado su buen amigo don Carlos de Sigüenza y Góngora, catedrático de astronomía en la universidad, y que cita a Descartes, Gassendi y otros en sus obras astronómicas, como la mencionada Libra. Pero también conoce Sor Juana el tomismo; era uno de los ingredientes de la cultura de la época, se aprendía tanto en la universidad como en varios de los colegios de los conventos, y había una bibliografía muy abundante, parte de la cual habría llegado a esa ávida lectora y estudiosa que era sor Juana. (De hecho, en uno de sus retratos, el pintado por Cabrera, aparece en su librero el nombre de Santo Tomás).

En cuanto a la filosofía hermética, Sor Juana cita varias veces a Kircher (en ese mismo cuadro de Cabrera aparece el nombre del sabio jesuita), y muchas de las ideas propias de esa corriente están dispersas por su obra. El verbo «kirkerizar» aparece en la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz y en algunos versos. Además, del legado renacentista, conoce y se opone a Maquiavelo, en su idea de la «razón de estado», vulgarizada por Guicciardini, y que aparece en un par de versos. (Por ejemplo, en la II.ª loa al cumpleaños del rey Carlos II, en Obras completas, ed. de A. Méndez Plancarte, México, Porrúa, 1972, p. 511b). También se ve la idea de microcosmos, que, aun cuando atraviesa toda la historia, desde los griegos a la modernidad, pasando por los medievales, se hizo muy   —136→   presente en los renacentistas. (Sor Juana se refiere a ella en el Primero sueño).

Mucho se ha escrito sobre la recepción que hizo Sor Juana de la filosofía moderna; tal vez se le ha adjudicado más de lo que se podría documentar. Ciertamente en el Primero sueño menciona ideas modernas, como los átomos, que, aun cuando venían de los griegos, habían sido revitalizados por Gassendi; pero sobre todo porque se ha llegado a ver en ella cierta actitud crítica y hasta escéptica, como la de la filosofía cartesiana. En fin, se ha creído encontrar en ella la presencia de Descartes, Gassendi y otros modernos.

Lo que ha sido poco estudiado es la presencia de la filosofía escolástica, la cual es innegable y puede documentarse con numerosísimos textos de la monja jerónima. Menciona (con un rango igual al de San Agustín) a Santo Tomás y también se advierte la presencia de otros escolásticos. Pero sobre todo se ve la del Aquinate. No que deseemos ver en Sor Juana una profesora de filosofía en la universidad o en las escuelas, que no lo era; tampoco pretendemos ver en ella una filósofa de profesión, aunque tenía los vuelos necesarios para ello; lo que vemos en ella es una plasmación de la filosofía en su poesía, y con pasable erudición. Era tanta su sed de conocimientos, que no se escaparon de su ámbito la filosofía ni la teología. Y era de esperar, pues ellas constituían lo más elevado del saber humano. Da muestras de haber hecho un buen estudio y asimilación de las mismas. Si se toma en cuenta que fue autodidacta, puede decirse que las asumió y asimiló para su cosmovisión, dentro de ese caudal de conocimientos, manifestado en sus poemas, que resulta cada vez más desconcertante. Ni profesora de filosofía (aunque sepamos de unas Súmulas de lógica que escribió, pero que no se conservan), ni filósofa por dedicación expresa, con todo Sor Juana integra esos conceptos filosóficos en su poesía, y nos da en varias ocasiones versos llenos de alto contenido filosófico.



Las disciplinas filosóficas

Se puede apreciar un cierto conocimiento de las diferentes materias de la filosofía por parte de Sor Juana. Menciona a Platón y a Aristóteles, así como a otros personajes de la historia de la filosofía, mostrando así que no le era desconocida. También, como hemos dicho, conoce a varios de los filósofos de su tiempo, especialmente a Kircher, de cuyo hermetismo filosófico se había empapado. Lo mismo se ven trazas de algunos filósofos modernos, como Descartes y Gassendi.

Por lo que hace a la lógica, se dice que había escrito las mencionadas súmulas o compendios de esta materia, las cuales se han perdido, y nos habrían revelado mucho sobre su saber, de haberse conservado. Eso nos habla del conocimiento que tenía de la lógica, la cual, aunque era materia introductoria, era difícil además de árida, no imaginable en la pluma de una poetisa. Se la ve hablar de las tres operaciones de la inteligencia: conceptualización, juicio y raciocinio. En cuanto a los conceptos, habla de su intención y su extensión, diferenciándose nítidamente. Maneja los predicables: género, especie, diferencia, propiedad y accidente. Se refiere a los diez predicamentos o categorías. Conoce los silogismos, alude a algunos de sus modos, inclusive con sus nombres mnemotécnicos (Barbara, Celarent, Darii...). Menciona algunos puntos de lógica modal (el modo posible, por ejemplo). Usa algunos términos propios de la argumentación o disputa escolástica, como «conceder», «negar», « poner en contra», «pasar»,etc... Y habla de premisas, inferencias, y de poner argumentos en forma. Señala también los sofismas («sofísticas redes»). Y, en cuanto a la retórica como teoría de la argumentación, maneja muchos conceptos de esa disciplina y elogió en varias partes su poderío persuasivo. En cuanto a la filosofía de la ciencia, sostiene que la ciencia es hija del discurso o raciocinio, apunta a la teoría de la subalternación de los saberes, cuando expresa que la música está subalternada a la aritmética, y por ser una de sus diferencias, esto es, uniendo lo discreto con lo sonoro. Por lo que hace a la filosofía del lenguaje, que se asociaba a la lógica, habla de la denominación de una cosa a partir de otra, y los cambios que hay en ello, sin que las mutaciones de los vocablos inmuten la esencia o substancia de las cosas. Menciona la convertibilidad de las proposiciones y la ilación; y hasta hace algunos silogismos y otras inferencias en sus versos.

También de retórica, que se veía como aledaña a la filosofía -junto con la gramática y la lógica-, hace una muestra de conocimientos. Menciona a dos de los más grandes retores, uno griego y otro romano: Demóstenes y Cicerón. Define la retórica como el arte de hablar bien, su objeto es la cuestión de la que hay que persuadir. Enumera las partes de la pieza oratoria, que son exordio, narración, confirmación y epílogo. Habla de los principales tipos de retórica: el epidíctico, el judicial y el deliberativo. Sus instrumentos son la cuestión, la proposición y el silogismo, a los cuales se añade la complexión, como encargada del ornato. Inclusive recita algunos de los recursos para el ornato, como son los tropos y las figuras. De entre los primeros alude a la sinécdoque, la antonomasia, la metáfora, el énfasis y el enigma.

Tocante a la teoría del conocimiento, Sor Juana habla del origen sensorial del conocer en la experiencia, de lo cual se eleva hasta la ciencia más sutil. Inclusive la experiencia ajena puede servir para hacer ciencia. Menciona la antecedencia del entender sobre el discurrir. El entendimiento sirve para obtener principios o premisas, el raciocinio para extraer conclusiones o probar tesis. El entender es perspicaz, y el discurrir es sutil. Pero el primero es más perfecto que el segundo, ya que el primero es intuitivo, propio de Dios y los ángeles, mientras que el segundo es fatigoso y arduo, el que de manera peculiar y característica pertenece al ser humano. Por eso el raciocinio es el más propio de la ciencia, en tanto que la intuición es más propia de la sabiduría. Alude al conocimiento de las causas por los efectos (i. e. a posteriori). Explica que las potencias o facultades tienen objetos a los que se dirigen y por los que son actualizadas. Toma en cuenta los simulacros o especies de las cosas que se forman en los sentidos, así como en el intelecto. Son los objetos visibles e inteligibles, a los que a veces llama «ideas». Hace alusión a la fantasía o imaginación y a la estimativa, que son de los sentidos internos. Habla del conocimiento de los relativos, en el que al conocer a uno se conoce al otro por estar implicado. Dice que la sabiduría infusa por Dios es superior a la adquirida mediante el estudio. También habla del conocimiento que Dios tiene de las cosas, con un acto puro e infinito, con el cual ve todo lo pasado y lo futuro como presente.

En lo concerniente a la filosofía natural o cosmología, se la ve en varias partes aludir al hilemorfismo, o la teoría de la composición de los entes corpóreos de materia y forma. Menciona asimismo la privación, que es el otro principio fundamental junto con esos dos. Alude a que la materia es menos perfecta que la forma. Pero la materia y la forma constituyen la esencia o naturaleza, por ello se refiere a la Naturaleza como la causa segunda de todas las cosas, siendo Dios la causa primera, a la cual ayuda y sirve. Mas, ya que habla de las naturalezas o esencias, también considera las cuatro esencias básicas o elementos (agua, aire, fuego, tierra). Y no las menciona a sólo ellas, sino además a la famosa quinta esencia, que es la de los cuerpos celestes. Así, la esencia es la naturaleza, y la naturaleza es la causa segunda, supeditada a la primera, que es Dios. De los elementos, alude a sus cualidades opuestas, y a cómo éstas entran en equilibrio cuando forman parte de los cuerpos. Habla de las alteraciones de las cualidades de esos cuerpos, realizadas por los cambios de equilibrio de los elementos. Dice que el agua es húmeda y fría, y se opone diametralmente al fuego, que es cálido y seco. La tierra es fría y seca, con lo cual sólo queda que el aire sea húmedo y caliente. Trata de la generación y la corrupción, del cambio substancial y del   —139→   accidental. En un texto hace mención de la bilocación, que es ocupar dos lugares, como problema que se discutía en las escuelas, hecha de manera milagrosa. También habla del compuesto substancial o supuesto, que es el ente individual y concreto. Lo mismo de la acción, en especial la inmanente. Se refiere al centro natural de las cosas, que era donde se creía que tenían su lugar propio y al cual tendían. Anota el movimiento del cielo y el influjo de los astros sobre los seres sublunares. Por otro lado, los orbes del cielo, al moverse, ejecutan una armonía. Por eso ve que la matemática contiene como una de sus partes a la música, subalternada a la aritmética, en cuanto ésta le brindaba algunos principios y elementos para sus explicaciones. Pero es que entiende la música, como lo hacían los pitagóricos y pasó a la cristiandad a través de Boecio, como la armonía de las esferas, escrita por Dios en números, y que había que desentrañar. Habla de la virtud generativa atribuida al sol, que hacía brotar y crecer a las plantas. Ellas tienen alma vegetativa. Hace alusión a la luz. (Llega a mencionar la búsqueda de la cuadratura del círculo, que algunos -como Kircher- llevaban a cabo). Maneja la idea que también pertenece a la lógica de intensión, sólo que aquí aplicada a los cuerpos. La intensión de los cuerpos es el crecimiento en alguna propiedad accidental que tienen, e inclusive se discutía si podía haber un crecimiento o intensificación de la misma forma substancial.

La metafísica también tiene presentes aspectos suyos en los textos de Sor Juana. Se habla de las causas, y se añade que al cesar la causa cesa el efecto. La conexión entre el efecto y la causa, y también del efecto de una cosa con la esencia de la misma. Menciona todo el esquema causal completo de Aristóteles (guardado por los escolásticos), con las cuatro causas: final, eficiente, formal y material. Se distingue entre esencia y accidentes, entre substancia y accidentes, y entre esencia y existencia. Sabe que la esencia es lo más constitutivo del ente, de manera que, si se negara ésta, se ha de negar también aquél. Se habla de la acción y la pasión, principalmente de la acción inmanente. Distingue la potencia del acto. También se refiere a los universales, diciendo que las especies subsisten aunque los individuos mueran. Menciona que los individuos se dan por parte de la materia y los universales por parte de la forma. Hace mención de la ontología de las relaciones, esa categoría que es la más débil de todas, pero que une a los entes con sus cadenas, de tal manera que al conocer uno de los relativos se conoce al otro, dado que se implican mutuamente. Conoce la participación de todas las criaturas del Ser de Dios.

En la antropología filosófica, Sor Juana habla de las tres potencias o facultades anímicas del hombre: memoria, entendimiento y voluntad. Insiste en la libertad, ni siquiera violentada por Dios, ni tampoco por los astros, a pesar de que se admitía cierta influencia suya en las acciones humanas. También, por supuesto, habla del amor, sobre todo del que se tiene conforme al bien. Y pondera el apetito de amor que tiene todo ser humano. Trata de los hábitos y las virtudes. La costumbre engendra el hábito, que puede ser bueno (virtud) o malo (vicio). El hombre es un compuesto de materia y forma, esto es, de cuerpo y alma. La vida es el ser para el hombre, como viviente que es. Es el acto esencial, los demás son actos accidentales. El hombre sin vida no es hombre, sino cadáver, pues dónde están divididos el cuerpo y el alma no hay ser humano, que es el compuesto de ambos. Habrá, por una parte, un cadáver y, por otra, un alma separada. La vida más alta es la racional o intelectual. En efecto, el alma es la parte más perfecta, y se eleva a conocer y amar las cosas inmateriales o espirituales. El alma está toda en todas las partes del cuerpo, pues es de esencia indivisible. El hombre es un microcosmos, y, dentro de él, el entendimiento es el compendio de todo lo existente.

Por lo que respecta a la ética, menciona a la sindéresis, que es el hábito de los primeros principios en el intelecto práctico, el primero de los cuales es buscar el bien y evitar el mal, con lo cual se funda el orden moral. Es decir, el hombre, con su libre albedrío puede elegir lo bueno o lo malo, y eso funda la posibilidad de lo moral. La razón y la virtud son las que deben orientar esa vida ética y, buscando el bien, combatir los vicios. La razón del amor debe sobreponerse a la razón de estado (que es maquiavélica). Habla de los derechos naturales y de los derechos positivos. Pero no hay que separar el conocimiento del amor, sobre todo, respecto de Dios. Esto último constituye el mayor bien y fin del hombre. También recalca que la recta intención es lo más constitutivo del acto moral, y la que decide la bondad o maldad del mismo.


Andrés Bello

(Caracas, 1781 - Santiago de Chile, 1865) Filólogo, escritor, jurista y pedagogo venezolano, una de las figuras más importantes del humanismo liberal hispanoamericano. Andrés Bello tuvo el inmenso privilegio de asistir, en sus 84 años de vida, a la desaparición de un mundo y al nacimiento y consolidación de uno nuevo. Conoció las tres últimas décadas de dominación española de América, y sucesivamente el período de emancipación de las colonias españolas en el nuevo continente y la gestación de los nuevos estados nacidos del proceso de Independencia. Que fuera un privilegio lo que no deja de ser una mera coincidencia cronológica se debió a su extraordinaria capacidad para comprender y estudiar desde dentro y para impulsar efectivamente los resortes de la realidad que le tocó vivir.

Andrés Bello

Gran humanista liberal en la mejor tradición inglesa, ya que en el Reino Unido le tocó formarse filosófica y políticamente, Andrés Bello tuvo el talento de saber trasladar a la esfera práctica su gran erudición en terrenos tan diversos como la filología, la lingüística y la gramática, la pedagogía, la edición, la diplomacia y el derecho internacional. Por añadidura, aportó a las letras hispanoamericanas, en poemas nutridos de lecturas de los clásicos latinos, una incipiente conciencia autóctona. En su vasta erudición, en su talante político y en su sensibilidad literaria se refleja el ideal del clasicismo europeo, perfectamente aunado a la moderna sensibilidad nacional y patriótica de su tiempo.

Biografía

Andrés Bello nació en Caracas, a la sazón sede de la Capitanía General de Venezuela, el 29 de noviembre de 1781. En su ciudad natal residió hasta los 29 años de edad. Sus padres, Bartolomé Bello y Ana Antonia López, no hicieron nada por impedir la voraz pasión por las letras que manifestó desde su niñez. Después de cursar sus primeros estudios en la Academia de Ramón Vanlosten, pudo familiarizarse con el latín en el convento de Las Mercedes, guiado por la amable erudición del padre Cristóbal de Quesada, que le abrió las puertas de los grandes textos latinos.

A los quince años, Bello ya traducía el Libro V de la Eneida de Virgilio. Cuatro años después, el 14 de junio de 1800, se recibía de bachiller en artes por la Real y Pontificia Universidad de Caracas. Y fue en aquel año de 1800 cuando se produjo su primer encuentro con un gran hombre, que abrió ya definitivamente los diques de su curiosidad e interés por la ciencia: Alexander von Humboldt, a quien acompañó en su ascensión a la cima del Pico Oriental de la Silla de Caracas, que entonces se conocía como Silla del cerro de El Ávila.

Bello inició entonces los estudios universitarios de derecho y de medicina. De familia modestamente acomodada, él mismo costeó en parte sus estudios dando clases particulares; junto a otros jóvenes caraqueños, figuró entre sus alumnos el futuro Libertador: Simón Bolívar. Además de estas actividades, a las que sumaba el estudio del francés y el inglés, Bello se sentía atraído sobre todo por las letras, y comenzó a escribir composiciones poéticas y a frecuentar la tertulia literaria de Francisco Javier Ustáriz.

Lección de Bello a Bolívar (detalle
de un cuadro de Tito Salas)

Sus primeros pasos literarios siguieron las huellas del neoclasicismo entonces imperante, y le valieron, en la sociedad caraqueña ilustrada, el apodo de El Cisne del Anauco. Además de traducciones de obras latinas y francesas, compuso en estos primeros años de desempeño literario las odas Al AnaucoA la vacunaA la naveA la victoria de Bailén, los sonetos A una artistaMis deseos, la égloga Tirsis habitador del Tajo umbrío y el romance A un samán, así como los dramas Venezuela consoladaEspaña restaurada.

A los veintiún años recibió su primer cargo público: oficial segundo de la secretaría de la Capitanía General de Venezuela, del que fue ascendido en 1807 a comisario de guerra y secretario civil de la Junta de la Vacuna, y en 1810 a oficial primero de la Secretaría de Relaciones Exteriores. En 1806 había llegado a Venezuela la primera imprenta, traída por Mateo Gallagher y James Lamb, muy tardíamente por cierto, si se piensa que la primera instalación de una imprenta en América se remonta a 1539, en la capital de Nueva España, México. En 1808 comenzó a publicarse la Gaceta de Caracas, y Andrés Bello fue designado su primer redactor.

En estos años de intensa actividad oficial comenzó a gestarse su gusto por la historia, la historiografía y la gramática, que quedó tempranamente plasmado en su Resumen de la historia de Venezuela, extraordinario primer brote en el que ya están presentes los principios humanistas rectores de su obra futura; en su traducción del Arte de escribir de Condillac, impresa sin su anuencia en 1824; y sobre todo en uno de sus fundadores estudios gramaticales: el Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación castellana, obra que comenzó a escribir hacia 1810 y que se publicaría en Chile en 1841.

El exilio londinense (1810-1829)

El momento decisivo en la vida y carrera intelectual de Andrés Bello fue la decisión de la Junta Patriótica, a raíz de los acontecimientos del 19 de abril de 1810, de enviar a Londres una misión diplomática con la encomienda de lograr la adhesión del gobierno inglés a la causa de la reciente y frágil declaración de independencia venezolana. El 10 de junio de ese año zarparon en la corbeta inglesa del general Wellington los miembros de la misión designados por la Junta, Simón Bolívar y Luis López Méndez, a quienes escoltaba Andrés Bello en calidad de traductor.

Bello ignoraba que ese viaje que entonces iniciaba lo alejaría para siempre de su ciudad natal, y que la ciudad a la que se dirigía, Londres, sería su residencia permanente durante los próximos diecinueve años. El primer acontecimiento importante de su nueva vida londinense se cifró también en el encuentro con un gran hombre: Francisco de Miranda. Llegados a la capital inglesa el 14 de julio, los tres integrantes de la misión recibieron alojamiento, consejos y ayuda de parte de Miranda, quien a su vez decidió sumarse al proceso independentista viajando a Caracas.

El 10 de octubre, fecha de su salida de Londres, Miranda dejó instalados en su casa de Grafton Street a López Méndez y a Andrés Bello, quien residiría allí hasta 1812. Bello tuvo acceso a la espléndida biblioteca del prócer, que ocupaba todo un piso. Cuando el 5 de julio de 1811 se declaró la Independencia de Venezuela, ambos fueron designados representantes del nuevo gobierno secesionista en la capital inglesa, cargo que perdieron al reconquistar los españoles el poder un año después.


Comenzó entonces para Bello, quien no pudo regresar a Venezuela so pena de ser procesado ante un tribunal militar por traición, un largo período de penurias económicas, que se prolongó durante una década. Tuvo mala suerte en las gestiones que inició para lograr un cargo y un sueldo. Así, en 1815, su solicitud de un puesto al gobierno de Cundinamarca fue interceptada por las tropas de Pablo Morillo y nunca llegó a su destino, y su posterior ofrecimiento de servicios al gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata, a pesar de ser aceptada, nunca tuvo efecto, ya que se vio incapacitado para trasladarse a Buenos Aires.

Mientras tanto, fue viviendo de trabajos a destajo: dio clases particulares de francés y español, transcribió los manuscritos de Jeremy Bentham y se desempeñó como institutor de los hijos de William Richard Hamilton, subsecretario de Relaciones Exteriores, puesto que logró gracias a su amistad con José María Blanco White, el gran intelectual sevillano exiliado en el Reino Unido y simpatizante con la causa independentista americana.

Pero éste fue también un período formativo de gran riqueza intelectual para Bello. Se vinculó activamente al círculo de los emigrados españoles, todos liberales y algunos de ellos, como Blanco White, grandes escritores, que hicieron de Londres su refugio durante las dos oleadas absolutistas en España. Por otra parte, en ningún momento dejó Andrés Bello de estudiar y acumular conocimientos. De su numerosa producción ensayística de estos años, se destacan precisamente sus trabajos filológicos, escritos o concebidos e iniciados en Londres, algunos de los cuales adquirirán con el tiempo la condición de clásicos.

Bello compaginó sus investigaciones científicas y críticas, en estos años de estrecheces económicas, con las actividades literarias. Lo mejor de su producción en este campo se cifra en sus composiciones poéticas, sobre todo en sus dos grandes silvas: la Alocución a la poesía, que dio a la imprenta en 1823, y la célebre La agricultura de la zona tórrida, publicada en 1826. Dentro de un molde neoclásico impecable, Bello vertió en ellas, por primera vez en la historia de las letras, grandes temas americanos, desde la exaltación de la gesta independentista hasta el canto a la feracidad de la naturaleza del continente.

Otra faceta notable de la formación que Bello se dio a sí mismo en estos años es la relacionada con el derecho internacional. A los conocimientos que había acumulado como funcionario de la Corona española, pudo agregar en estos años de intenso estudio un conocimiento a fondo de los cambios y desarrollos que se habían ido produciendo en esta área a raíz de las guerras napoleónicas, la Independencia de América y el Congreso de Viena. Bello adoptó la concepción liberal del Estado, propia de los utilitaristas ingleses, cuyo principal teórico, Jeremy Bentham, se convirtió en la fuente de su pensamiento político e institucional.

No menos importante fue el cuarto frente hacia el que Bello dirigió sus estudios y actividades. La ejemplar labor de publicista llevada a cabo por Blanco White en la capital inglesa durante aquellos años sin duda le sirvió de modelo, y después de colaborar en El Censor Americano con artículos en defensa de la causa independentista, participó activamente, junto con Juan García del Río, en la edición de las revistas Biblioteca Americana (1823) y Repertorio Americano (1826-1827), en el marco de las actividades de la Sociedad de Americanos de Londres, que contribuyó a fundar.

En la esfera de su vida privada, también los años de Londres significaron para Andrés Bello la asunción de su plena madurez. En mayo de 1814 contrajo matrimonio con Mary Ann Boyland, de veinte años, con quien tuvo tres hijos y de quien enviudó en 1821. Tres años después de este luctuoso acontecimiento, se casó en segundas nupcias con Elizabeth Antonia Dunn, también de veinte años, quien le acompañó hasta el final de sus días y le dio nada menos que doce hijos, tres de ellos nacidos en la capital inglesa.

Dos años antes de contraer su segundo matrimonio pudo Bello, por fin, volver a desempeñarse en un cargo de responsabilidad oficial, al ser nombrado secretario interino de la legación de Chile en Londres, a cargo de Antonio José de Irisarri. Junto con Irisarri había colaborado con El Censor Americano en 1820, y se había fraguado entre ambos una amistad basada en el mutuo respeto intelectual.

A partir de ese momento Andrés Bello lograría destacados reconocimientos a su labor y nombramientos a cargos de relieve e importancia política: un año antes de ser elegido miembro de número de la Academia Nacional de Bogotá, en 1826, se había encargado de la secretaría de la legación de Colombia en Londres, en la que apenas dos años después ascendió a encargado de negocios, y en 1828 recibió el nombramiento de cónsul general de Colombia en París, poco antes de recibir el encargo, por parte del gobierno colombiano, de la máxima representación diplomática de ese país ante la corte de Portugal. Pero prefirió marchar a Chile con su familia.

Chile, la patria definitiva (1829-1865)

Andrés Bello partió de Londres el 14 de febrero de 1829, a bordo del bergantín inglés Grecian, y holló suelo de la que iba a convertirse en su definitiva patria en Valparaíso, el 25 de junio. Salvo breves estancias en este puerto y en la hacienda de los Carrera, en San Miguel del Monte, vivió hasta su muerte en la capital chilena, Santiago. El desempeño de Bello en este país traza el arco ascendente de una de las carreras públicas e institucionales más brillantes que pudiera concebir un americano de su tiempo.

Inmediatamente, al llegar fue nombrado oficial mayor del ministerio de Hacienda. Al año siguiente inició la publicación de El Araucano, órgano del que fue redactor hasta 1853, y se encargó como rector del Colegio de Santiago. Pero la pasión pedagógica de Bello, iniciada en su adolescencia caraqueña, lo llevó a dar clases privadas, en su propio domicilio, a partir de 1831. Han llegado hasta nosotros los textos de sus cursos, dedicados al estudio del derecho romano y a la ordenación constitucional. Bello siempre estuvo convencido de que la instrucción y el cultivo espiritual son la base del bienestar del individuo y del progreso de la sociedad, razón por la cual nunca dejó de fomentar el estudio de las letras y de las ciencias; propuso la apertura de Escuelas Normales de Preceptores y la creación de Cursos Dominicales para los trabajadores.

También dio un fuerte impulso al teatro chileno con sus comentarios críticos a las representaciones y sus sugerencias a los actores en El Araucano. En este sentido, comparte con José Joaquín de Mora el mérito de ser el creador de la crítica teatral. Tradujo el drama Teresa, de Alejandro Dumas, e inculcó en sus discípulos el gusto por la adaptación de obras extranjeras. Su conocimiento del teatro griego y el latino, el análisis de las obras de PlautoTerencio y la lectura de Lope de VegaCalderón de la Barca le dieron la solidez suficiente para opinar sobre el asunto.

Otro nombramiento, el de miembro de la Junta de Educación, precede su admisión por el Congreso chileno a la plena ciudadanía, el 15 de octubre de 1832. Dos años después se desempeñaba como oficial mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores, función que asumió hasta 1852, y en 1837 era elegido senador de la República, cargo que conservó hasta su muerte. En los últimos años de su vida, sus vastos conocimientos en materia de relaciones internacionales le valieron ser elegido para arbitrar los diferendos entre Ecuador y Estados Unidos (1864) y entre Colombia y Perú (1865), honor este último que se vio obligado a declinar por motivos de salud, hallándose ya gravemente enfermo.

Andrés Bello (detalle de un retrato dede Raymond de Monvoisin, 1844)

El generoso reconocimiento que los chilenos le tributaron a Bello durante los treinta y seis últimos años de su vida lo colmó de satisfacciones. Pero entre todas ellas, cabe suponer que no las que pudieran derivar del poder político, sino otras, fueran las más estimadas para un hombre animado por un proyecto civilizador como el suyo, que puede resumirse en las palabras que utilizó Arturo Uslar Pietri para aquilatarlo: "Un empeño tenaz de reunir ciencia y conocimiento para decirle a los pueblos hispanoamericanos de dónde venían, con cuáles recursos contaban y el panorama del mundo en que les tocaba afirmarse y actuar".

A diferencia de tantos de sus más ilustres contemporáneos americanos, Andrés Bello no fue un hombre que ambicionara acumular honores y poder, y en cambio veía en el avance de la educación y las luces de las jóvenes repúblicas americanas, así como en la consolidación de las instituciones reguladoras de su recién conquistada libertad, el mejor servicio que podía rendirle a América. También Uslar Pietri lo dijo a su manera: "En su bufete de Chile, en su cátedra, en su poesía, en su prosa, en su palabra, estaba haciendo una América, una Venezuela, un Chile, un México más perdurables y grandes que los demagogos y los guerrilleros pretendían alcanzar en la dolorosa algarabía de sus revueltas y asaltos".

Por eso la hora que vivió como la coronación de los largos años de esfuerzos de su exilio londinense fue la que le trajo la inauguración de la Universidad de Chile, en 1843, cuyos estatutos él mismo había redactado un año antes y cuyo rectorado asumió gozoso, siendo reelegido mientras vivió. El discurso pronunciado por Andrés Bello en aquella oportunidad ofrece un compendio de sus concepciones pedagógicas y una guía para la orientación de los estudios superiores.

Del mismo modo, la publicación de sus inmensos estudios gramaticales sobre la lengua castellana iniciados en Reino Unido debieron de ser una ocasión de júbilo, que tuvo su punto álgido con la Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, publicada en Chile en abril de 1847. Llegado a este punto de su carrera, Bello siguió investigando, escribiendo y publicando obras de gran interés científico y práctico: Principios de derecho de gentes (1832) es la primera obra que publica en Chile, y que después retomará, ampliará y transformará, en 1844, en un ya clásico Principios de derecho internacional.

Andrés Bello

Siguieron a esta obra los Principios de ortología y métrica, en 1835; en 1841, el poema El incendio de la Compañía, considerado en Chile como la primera manifestación local del romanticismo; una Gramática latina, en 1846; una Cosmografía, en 1848; una Historia de la literatura, en 1850, y en 1852, veintidós años después de haber iniciado su redacción en compañía de Juan Egaña, la culminación de la que es sin duda su obra más titánica, verdadero resumen de su concepción del estado liberal, cuya implantación propugnaba en toda América: el Código Civil de la República de Chile, que el Congreso chileno aprobó en 1855.

A estos textos hay que agregar una Filosofía del entendimiento, publicada póstumamente en 1881. En su lecho de agonía, encendido en fiebre, Bello musitaba palabras incomprensibles. Los que se inclinaban a recogerlas pudieron descifrar algunas: en su última hora, recitaba en latín los versos del encuentro de Dido y Eneas, de la Eneida.

Obras de Andrés Bello

En la primera mitad del siglo XIX, cuando el período colonial va camino de su definitivo eclipse, surgen tres figuras imprescindibles en la historia de la formación de la nacionalidad venezolana: Simón Rodríguez, Andrés Bello y Simón Bolívar. Si bien es cierto que este último, además de notable escritor, fue el principal responsable de la independencia política del país, los dos primeros lo fueron de su independencia espiritual. La figura de Andrés Bello resulta menos "familiar" que la de Simón Rodríguez, y esta distancia quizás se deba a esa suerte de nicho donde lo ha colocado la cultura oficial venezolana. Sin embargo, es imposible restarle méritos a la obra de este insigne humanista.

Excelente poeta, filólogo ilustre, erudito estimable, diplomático discreto, político ponderado y pensador singular, Andrés Bello representó la aspiración a la independencia cultural de Hispanoamérica y fue un polígrafo incansable: sus obras completas abarcan veinte tomos. Ya se ha reseñado la extraordinaria labor cívica que desempeñó en Chile, donde residió desde 1829 hasta su muerte: entre otras cosas, redactó el Código Civil de esta nación y fundó la Universidad de Santiago.

En esta ciudad publicó su importante Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos (1847), un trabajo sobre el que giraron las más importantes polémicas sobre el castellano de América a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. Otra de sus piezas brillantes, digna de una atenta relectura, es su discurso de apertura de la Universidad de Chile. En cuanto al estilo, es uno de los momentos más altos de su prosa y, además, demuestra que ninguna rama del conocimiento era ajena a su saber.

Obras poéticas

Como poeta, la valoración actual de su obra le otorga una importancia más documental que literaria. Andrés Bello poseía una extensa erudición poética, amén de un minucioso conocimiento del oficio, pero carecía del don creador. En el fondo (y a pesar de que, como dice Mariano Picón Salas, fue romántico a ratos), Bello nunca pudo salir del molde del neoclasicismo en el que se había formado, y es antes un diestro versificador que un verdadero poeta. Su extensa e inacabada Silva a la agricultura de la zona tórrida (fruto de su estancia en Londres entre 1810 y 1829) es una palpable muestra de pasión americanista.

Un modo natural de clasificar los poemas de Andrés Bello es separar las poesías originales de las traducciones o imitaciones. Así, en un grupo encontramos poemas de imitación, traducidos o versionados, como Los DjinnsLa tristeza de OlimpioOración para todosMoisés salvado de las aguasFantasmas, bajo la influencia de Víctor Hugo. Se le debe asimismo una traducción en verso del Orlando enamorado. Como filólogo, Andrés Bello se aplicó al remozamiento del Poema del Cid, trabajo que dejó inconcluso. Comenzada en 1823, su versión del Poema del CidGesta de mío Cid constituye una obra maestra de erudición y buen gusto, siendo quizás la que más ha contribuido a difundir su nombre.

La parte original de su producción la constituyen piezas como Al campoEl proscritoAl campo es una especie de égloga. En El proscrito, Bello mezcla el humor con la poesía: el caballero Azagra, descendiente de guerreros, anda aquí en gresca, como un nuevo Sócrates, con una moderna Xantipa. Sus dos poemas más importantes son Alocución a la Poesía (1823) y Silva a la agricultura de la zona tórrida (1826). Ambos fueron publicados en las revistas londinenses que editaba Bello: la Biblioteca Americana y el Repertorio Americano, respectivamente.

Alocución a la Poesía (1823) viene a ser, con sus dos silvas, la obra más sobresaliente de Andrés Bello. En la primera silva, el autor invita a la Poesía a abandonar Europa por el prodigioso mundo descubierto por Colón, y el poeta alaba las grandiosas bellezas de la naturaleza americana. Después, Bello celebra las hazañas bélicas de la guerra de la independencia. En la Silva a la agricultura de la zona tórrida (1826) exhorta a los americanos a la paz, aconsejándoles trocar las armas por los útiles del labrador. Un estilo rico, de gran colorido, caracteriza en general toda su producción.

Obras filológicas

Pero quizás la de filólogo haya quedado como la faceta más perdurable de la personalidad de Bello. Ya se ha aludido a su reconstrucción del Poema del Cid; es preciso reseñar ahora su obra Principios de ortología y métrica de la lengua castellana, publicada en Santiago de Chile en 1835. La primera parte, la ortología, en la que analiza las bases prosódicas del español y los vicios habituales de pronunciación, especialmente los de Hispanoamérica, se considera hoy envejecida ante los modernos estudios de fonética, que han renovado totalmente esta disciplina.

Pero la métrica, que es la obra de un erudito y de un poeta, sigue teniendo plena actualidad. Frente a Hermosilla y Sicilia, que representaban el criterio neoclásico que quería a todo trance ver en el verso castellano la sucesión de sílabas largas y breves (es decir, un remedo de los pies griegos y latinos), Andrés Bello planteó los verdaderos fundamentos del verso castellano: "Después de haber leído con atención -dice- no poco de lo que se ha escrito sobre esta materia, me decidí por la opinión que me pareció tener más claramente a su favor el testimonio del oído".

Bello se basó en el oído y, también, en la práctica de los buenos poetas. Y así como deslatinizó la gramática castellana para analizar el verdadero sistema gramatical de su lengua, desterró de la métrica castellana (como señaló Pedro Henríquez Ureña) el fantasma de la cantidad silábica que había dominado todo el siglo XVIII. Los estudios de Bello pusieron el verso castellano sobre sus bases silábicas y acentuales.

La Real Academia Española, que había nombrado a Bello miembro honorario en 1851, aceptó sus principios en acuerdo del 27 de junio de 1852 y le pidió permiso para adoptar su obra, reservándose el derecho de anotarla y corregirla. De mayor importancia es aún su Gramática de la lengua castellana (1847), obra renovadora, de sencillez revolucionaria, impregnada del buen sentido y de la intuición genial que caracterizó la vida y la obra de aquel hombre sencillo e ilustre.

Obras filosóficas y jurídicas

La Filosofía del entendimiento fue publicada póstumamente como primero de los quince tomos de las Obras completas de don Andrés Bello, edición patrocinada por Chile que vio la luz a partir de 1881. Por las partes de esta obra aparecidas a partir de 1843 en la revista El Araucano, consta que Bello estaba en posesión de sus ideas básicas sobre filosofía desde esa época. Pensada como libro de texto, pero elaborada de forma innovadora, tiene como objeto de investigación un campo mucho más amplio que el mero entendimiento humano, puesto que en él incluye hasta la metafísica.

De primera formación escotista, con tendencias a la ciencia fisicomatemática, que predominaba cuando Bello estudió en Caracas (1797), y de matiz sensista, a lo Condillac, tendencia entonces dominante aun entre los religiosos, Bello acentuó cada vez más sus preferencias por el idealismo estilo Berkeley, impregnado de un espiritualismo muy a lo Cousin. De la formación inicial en las ideas de Escoto guardó, aparte de la separación reverente de fe y razón, la afición y cultivo de la gramática lógica pura y de la lógica matemática, que se hallan en la segunda parte de Filosofía del Entendimiento y que son cronológicamente independientes de los ensayos primeros en lógica matemática de George Boole. La obra mereció grandes elogios de Marcelino Menéndez Pelayo, quien en 1911 la juzgaría "la más importante que en su género posee la literatura americana".


José Martí

(José Julián Martí Pérez; La Habana, 1853 - Dos Ríos, Cuba, 1895) Político y escritor cubano, destacado precursor del Modernismo literario hispanoamericano y uno de los principales líderes de la independencia de su país.

José Martí

Nacido en el seno de una familia española con pocos recursos económicos, a la edad de doce años José Martí empezó a estudiar en el colegio municipal que dirigía el poeta Rafael María de Mendive, quien se fijó en las cualidades intelectuales del muchacho y decidió dedicarse personalmente a su educación.

El joven Martí pronto se sintió atraído por las ideas revolucionarias de muchos cubanos, y tras el inicio de la Guerra de los Diez Años (1868-1878) y el encarcelamiento de su mentor, inició su actividad revolucionaria: publicó la gacetilla El Diablo Cojuelo, y poco después una revista, La Patria Libre, que contenía su poema dramático Abdala. A los diecisiete años José Martí fue condenado a seis años de cárcel por su pertenencia a grupos independentistas; realizó trabajos forzados en el penal hasta que su mal estado de salud le valió el indulto.

Deportado a España, en este país publicó su primera obra de importancia, el drama La adúltera. Inició en Madrid estudios de derecho y se licenció en derecho y filosofía y letras por la Universidad de Zaragoza. Durante sus años en España surgió en él un profundo afecto por el país, aunque nunca perdonó su política colonial. En su obra La República Española ante la Revolución Cubana reclamaba a la metrópoli que hiciera un acto de contrición y reconociese los errores cometidos en Cuba.

Tras viajar durante tres años por Europa y América, José Martí acabó por instalarse en México. Allí se casó con la cubana Carmen Zayas-Bazán y, poco después, gracias a la paz de Zanjón, que daba por concluida la Guerra de los Diez Años, se trasladó a Cuba. Deportado de nuevo por las autoridades cubanas, temerosas ante su pasado revolucionario, se afincó en Nueva York y se dedicó por completo a la actividad política y literaria.

Desde su residencia en el exilio, José Martí se afanó en la organización de un nuevo proceso revolucionario en Cuba, y en 1892 fundó el Partido Revolucionario Cubano y la revista Patria. Se convirtió entonces en el máximo adalid de la lucha por la independencia de su país.

Dos años más tarde, tras entrevistarse con el generalísimo Máximo Gómez, se incorporó a una nueva intentona que daría lugar a la definitiva Guerra de la Independencia (1895-1898). Pese al embargo de sus barcos por parte de las autoridades estadounidenses, pudo partir al frente de un pequeño contingente hacia Cuba, pero fue abatido por las tropas realistas en 1895; contaba cuarenta y dos años. Junto a Simón BolívarJosé de San Martín, José Martí es considerado uno de los principales protagonistas del proceso de emancipación de Hispanoamérica.

La poesía de José Martí

Además de destacado ideólogo y político, José Martí fue uno de los más grandes poetas hispanoamericanos y la figura más destacada de la etapa de transición al Modernismo, que en América supuso la llegada de nuevos ideales artísticos. Como poeta se le conoce por Versos libres (1878-1882, publicados póstumamente); Ismaelillo (1882), obra que puede considerarse un adelanto de los presupuestos modernistas por el dominio de la forma sobre el contenido; y Versos sencillos (1891), un poemario decididamente modernista en el que predominan los apuntes autobiográficos y el carácter popular.

José Martí

Escritos en su mayor parte en 1882, los poemas de Versos libres no vieron la luz hasta su publicación póstuma en 1913, muchos años después de su muerte. El propio Martí calificó esos versos de "endecasílabos hirsutos, nacidos de grandes miedos, o de grandes esperanzas, o de indómito amor de libertad, o de amor doloroso a la hermosura".

El tono fuerte y áspero de este volumen, por el que Martí proclamaba su propia preferencia, impresionó vivamente a Miguel de Unamuno, cuyos juicios serían el punto de partida de la valoración de la obra. Su fuerza vibratoria, tanto formal como en los contenidos, se hace evidente en composiciones como "Poética", "Mi poesía" o "Cuentan que antaño", en las que se sirvió de un lenguaje vigoroso y oscuro, por momentos incluso pasional.

La poesía de José Martí se funda en una visión dualista de la humanidad: realidad e idealismo, espíritu y materia, verdad y falsedad, conciencia e inconsciencia, luz y oscuridad. Los poemas de Ismaelillo (1882), libro dedicado a su hijo, son un ejemplo de ello: la debilidad y la inocencia del niño son su fuerza.

En Versos sencillos (1891), José Martí expresa el sentimiento que le despierta la alegría de la naturaleza y el mal de la civilización. El sufrimiento y el temor al paso del tiempo también fueron elementos frecuentes en su lírica, donde se advierte un acercamiento al romanticismo que muchos críticos han considerado superior al de otros de sus contemporáneos. En A mis hermanos muertos el 27 de noviembre (1872), publicado durante su destierro en España, Martí dedica sus versos a los estudiantes muertos en una masacre acaecida en aquella fecha.

Obra en prosa

Su única novela, Amistad funesta, también llamada Lucía Jérez y firmada con el pseudónimo de Adelaida Ral, fue publicada por entregas en el diario El Latino-Americano entre mayo y septiembre de 1885; aunque en su argumento predomina el tema amoroso, en esta obra de final trágico también aparecen elementos sociales. Entre sus obras dramáticas destacan Abdala (1869), drama simbólico en un acto y en octosílabos, La Adúltera (1873) y Amor con amor se paga (1875), también en verso y estrenado en México.

José Martí

La prosa de Martí se vio influida por la obra del norteamericano Ralph Waldo Emerson, para quien la palabra debía ser tan elocuente como poética e intensa dentro de un discurso sencillo y conciso. Era consciente, como acaso sólo lo fueron los modernistas inmediatamente posteriores a él, de todas las posibilidades del lenguaje, y consideraba que sus recursos estaban íntimamente ligados a las cualidades humanas del pueblo, que en última instancia era quien los inventaba.

Tanto la prosa como la poesía de Martí resultan inseparables de su biografía; él mismo declaró que eran parte indiscutible de su máxima preocupación, que no era otra que la política. Personalidad optimista, sus opiniones sobre el hombre, la poesía o la sociedad son aspectos que aparecen en sus obras al servicio de unas concepciones que tenían siempre al ser humano como centro. A largo plazo su objetivo era la mejora de la humanidad, pero a corto plazo lo era la liberación de Cuba, a la que dedicó todos sus esfuerzos.

Por ello, su producción en prosa fue en su mayor parte funcional, como sus ensayos sobre Simón Bolívar, José de San Martín o el general José Antonio Páez, en relación a los héroes del pasado, y sobre el general Máximo Gómez, Walt Whitman o Ralph Waldo Emerson entre los contemporáneos; en tales textos, que constituyeron lo mejor de su prosa, exaltó las cualidades de personajes que admiraba. Dentro de la primera edición de sus obras completas, el volumen titulado Norteamericanos reunió póstumamente sus estudios sobre figuras del norte; otros dos volúmenes, bajo el título Nuestra América, contienen los trabajos de Martí consagrados a estudiar aspectos de la vida, la cultura y la historia de la América hispana. En ellos expresó su mensaje americanista y resumió su precursora teoría de la debilidad de las naciones hispánicas, en las que existía un enorme abismo entre las clases dirigentes e intelectuales y el pueblo.


Estanislao Zuleta

Estanislao Zuleta nació el 3 de febrero de 1935 en Medellín y murió en Cali el 17 de febrero de 1990. Sus abuelos habían sido abogados y su padre era un joven intelectual que murió en el mismo avión que dejó sin vida a Carlos Gardel. En su adolescencia tuvo como tutor y amigo a Fernando González, uno de los pensadores y filósofos más reconocidos del país.


Cuando cursaba cuarto de bachillerato abandonó los estudios y se dedicó a estudiar por su cuenta. A partir de ese momento incursionó en los campos de la literatura, historia, filosofía, teoría del arte, ciencias sociales; fue un estudioso del pensamiento de Sócrates y Platón, le apasionaba el teatro griego, la lírica de Homero y las tragedias de Sófocles y Eurípides; se interesó también por el estudio de los filósofos racionalistas de los siglos XVII, XVIII y XIX: Hegel, Kant, Descartes, Spinoza, Nietzsche, Heidegger, Foucault, Deleuze y otros. En el área de la literatura sus inclinaciones fueron hacia Cervantes, Marcel Proust, Kafka, Shakespeare, Dostoievski, Thomas Mann, Tolstoi, Edgar Alan Poe y Goethe.

En 1963 dictó las primeras conferencias sobre Economía Política Latinoamericana y en 1968 se vinculó como profesor a las universidades Nacional y Libre de Bogotá, donde dictó cursos de derecho y filosofía. Llegó a ser uno de los intelectuales más respetados de todo el país. Su trabajo como catedrático, filósofo y autodidacta, además de sus grandes cualidades para la palabra, mereció que propios y ajenos le dieran el título de “El maestro Zuleta”.

En 1969 ingresó a la Universidad Santiago de Cali, donde se desempeñó como profesor, investigador y Vicerrector Académico. Dos años más tarde regresó a Medellín para vincularse como profesor de tiempo completo en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Antioquia. En 1974 se trasladó de nuevo a Cali y durante tres años trabajó en el Instituto Psicoanalítico Sigmund Freud. A la Universidad del Valle se vinculó en 1977 como profesor e investigador, y en ese mismo año sale a la luz el texto Thomas Mann, la montaña mágica y la llanura prosaica, libro que se logró a partir de las notas de clase de sus estudiantes, pues uno de los aspectos más especiales de “El maestro Zuleta” es que su producción intelectual fue fundamentalmente oral. Sólo tres años después la Universidad del Valle le confirió el Doctorado Honoris Causa en Psicología, y durante la ceremonia leyó uno de sus ensayos más importantes y de mayor recordación: “Elogio de la dificultad”.

Aparte de su trabajo como docente e investigador en diferentes universidades del país, trabajó como asesor para las Naciones Unidas, el gobierno de Belisario Betancur, el Ministerio de Agricultura y el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (INCORA). Participó en la redacción del periódico Crisis y fundió los periódicos Agitación y Estrategia. La Revista Semana lo escogió como el pensador del siglo XX.

Quienes lo conocieron aseguran que no sólo era un gran intelectual sino una persona que tenía un gran sentido de la amistad. Las conferencias que daba en las universidades las realizaban en los auditorios más grandes, porque como dicen muchos de sus ex alumnos: “El maestro Zuleta no tenía alumnos sino seguidores”.



TRABAJO EN CASA.

Una vez leído el contenido del blog y del texto que se encuentra en el libro (pág.73), y visto los videos sobre FILOSOFÍA LATINOAMERICANA, extraer las palabras que no conoce e investigar su significado y así poder comprender más fácilmente los conceptos planteados. (realiza un glosario en tu cuaderno)

Desarrollar los interrogantes de la filosofía que se encuentran en libro (pág.73) , en un documento de word o en el cuaderno.


NOTA: Para la evaluación del trabajo se deben enviar las evidencias fotográficas antes del 25/09/2020 al siguiente correo: cesarartisticasimonbolivar@gmail.com o a la plataforma COLPEGASUS.com

NO OLVIDE MARCAR SU TRABAJO CON NOMBRE COMPLETO Y CURSO.

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